domingo, 15 de febrero de 2015

EXAMEN SELECTIVIDAD. JUNIO 2014

Pura Vicario le contó a mi madre que se había acostado a las once de la noche después de que las hijas mayores la ayudaron a poner un poco de orden en los estragos de la boda. Como a las diez, cuando todavía quedaban algunos borrachos cantando en el patio, Ángela Vicario había mandado a pedir una maletita de cosas personales que estaba en el ropero de su dormitorio, y ella quiso mandarle también una maleta con ropa de diario, pero el recadero estaba de prisa. Se había dormido a fondo cuando tocaron a la puerta. «Fueron tres toques muy despacio -le contó a mi madre-, pero tenían esa cosa rara de las malas noticias.» Le contó que había abierto la puerta sin encender la luz para no despertar a nadie, y vio a Bayardo San Román en el resplandor del farol público, con la camisa de seda sin abotonar y los pantalones de fantasía sostenidos con tirantes elásticos. «Tenía ese color verde de los sueños», le dijo Pura Vicario a mi madre. Ángela Vicario estaba en la sombra, de modo que sólo la vio cuando Bayardo San Román la agarró por el brazo y la puso en la luz. Llevaba el traje de raso en piltrafas y estaba envuelta con una toalla hasta la cintura. Pura Vicario creyó que se habían desbarrancado con el automóvil y estaban muertos en el fondo del precipicio.
Ave María Purísima -dijo aterrada-. Contesten si todavía son de este mundo. Bayardo San Román no entró, sino que empujó con suavidad a su esposa hacia el interior de la casa, sin decir una palabra. Después besó a Pura Vicario en la mejilla y le habló con una voz de muy hondo desaliento pero con mucha ternura. 

-Gracias por todo, madre -le dijo-. Usted es una santa.

Sólo Pura Vicario supo lo que hizo en las dos horas siguientes, y se fue a la muerte con su secreto. «Lo único que recuerdo es que me sostenía por el pelo con una mano y me golpeaba con la otra con tanta rabia que pensé que me iba a matar», me contó Ángela Vicario. Pero hasta eso lo hizo con tanto sigilo, que su marido y sus hijas mayores, dormidos en los otros cuartos, no se enteraron de nada hasta el amanecer cuando ya estaba consumado el desastre.
(Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada)
Cuestiones
1. Señale y explique la organización de las ideas contenidas en el texto. (Puntuación máxima: 1,5 puntos).
2.    2.a. Indique el tema del texto. (Puntuación máxima: 0,5 puntos).
       2.b. Resuma el texto. (Puntuación máxima: 1 puntos).
3. Realice un comentario crítico del contenido del texto. (Puntuación máxima: 3 puntos).
4. Indique el sentido que tienen en el texto las siguientes palabras subrayadas:
a) piltrafas; b) desbarrancando; c) sigilo. (Puntuación máxima: 2 puntos).
5. Exponga las principales características de género de la novela. (Puntuación máxima: 2 puntos)

FIESTAS DE ALTO RIESGO (EDITORIAL)

La tragedia ocurrida durante la noche de Halloween en el Madrid Arena, con tres chicas fallecidas por aplastamiento y otras dos gravemente heridas, muestra los elevados riesgos que implica la concentración de muchos millares de personas en un recinto cerrado, sobre todo si los controles son tan laxos como lo revela la entrada de menores a una macrofiesta donde se sabe de antemano que va a correr el alcohol en abundancia. Y es indudable que había menores, no solo porque lo digan numerosos asistentes, sino por el hecho de que una de las chicas gravemente heridas cuenta con 17 años. Tal vez un control más serio tampoco habría detectado la bengala y los petardos que, al parecer, dieron origen a la avalancha humana, pero refuerza la sospecha de que resulta fácil provocar un desastre en esos actos.

Madrid Arena es propiedad de una empresa del Ayuntamiento de Madrid, que lo alquiló para la ocasión. La compañía organizadora de la fiesta asegura haber vendido 9.650 entradas, cifra algo inferior al aforo máximo permitido, pese a los testimonios de asistentes que hablan de un recinto abarrotado y de dificultades para moverse. Aunque el aforo máximo no fuera rebasado, la concentración de personas en determinados sectores puede haber sido superior a lo que la prudencia aconsejaba. La investigación ha de determinar no solo quién provocó el estallido del pánico, sino si existía un plan de seguridad a la altura del riesgo y un equipo adecuado para llevarlo a cabo, y si fue acertada la decisión de proseguir con el espectáculo, alegando que suspenderlo hubiera desatado un pánico mayor.
Más allá de esas cuestiones, hay que plantearse si tiene sentido permitir la concentración de tantas personas en un recinto cerrado para fiestas masivas sin extremar las medidas de seguridad. No es divertido someterse a controles cuando se va de fiesta, pero la experiencia de los grandes estadios de fútbol no debe echarse en saco roto. Cuando se convoca a mucha gente a un acontecimiento, los asistentes confían a priori en la previsión de quienes lo permiten y lo promocionan. No es la primera vez que ocurre un desastre de esas características, aunque conviene aprender de los que ya se han producido: el festival Loveparade en el que murieron 20 personas en Duisburgo (Alemania), en julio de 2010, no ha vuelto a celebrarse



                        EDITORIAL de EL PAÍS   2 de Noviembre de 2012